En medio de un fuerte operativo de seguridad que incluye la participación de tres fuerzas, perros antiexplosivos y monitoreo desde el aire durante el debate oral que se celebra en el Tribunal Federal N°3 de Rosario, comenzó esta semana el juicio por narcotráfico contra la banda narcocriminal Los Monos. En ese marco, 39 personas ligadas -directa o indirectamente- son juzgadas por integrar una amplia red de comercialización de estupefacientes.
Los principales acusados son Ariel Máximo “Guille” Cantero y su esposa, Vanesa Barrios, junto a Emanuel Chamorro y su pareja, Jésica Lloan. Todos señalados como organizadores de la banda llamada “Los Patrones”. Patricia Celestina Contreras (madre de Guille) y Gladys Barrios (tía de Vanesa), en su carácter de abastecedoras de drogas; Diego Cuello, Alejandro Flores y Horacio Castagno, como cocineros de cocaína. Elías Sánchez, Luis César y Luis Pedro Peñalba, como proveedores de marihuana desde Corrientes.
Tras las primeras jornadas, LA REGIÓN entrevistó al periodista, investigador y actual diputado provincial Carlos del Frade, quien hace poco presentó su tercer libro “Los Monos, narcomenudeo y control social”, un trabajo que desanda la penetración histórica del narcotráfico en la ciudad de Rosario y el papel protagónico que adquirió la banda en los últimos años. El comienzo del juicio, la seguidilla de atentados contra funcionarios y edificios judiciales, y la participación de Gendarmería Nacional en la provincia, algunos de los temas sobre los que el escritor opina a fondo y expone su mirada crítica.
¿Por qué cree que se tardó tanto tiempo en juzgar a Los Monos por narcotráfico?
Me da la sensación qué durante mucho tiempo los jueces federales de Rosario miraron para otro lado o -en todo caso- juzgaron a integrantes de bandas como paso hace algunos años con el papá de los Cantero, cuanto cayó por 77 kilos de marihuana que traía desde Corrientes y después lo dejaron construir un poder muy importante en la ciudad, sobre todo, desde el 2007. Ese mirar para otro lado tuvo un resultado nefasto en la ciudad, porque no solo significó el dominio del territorio para la venta de cocaína, sino también un montón de muertes. Dicho de otro modo, ese mirar para otro lado tiene un gusto bastante parecido a la complicidad.
¿Imagina que será un juicio ejemplificador?
No sé si va a ser ejemplificador en cuanto a la condena, porque más que una condena quiero una explicación en cuanto al origen, desarrollo y crecimiento de Los Monos, del negocio de las armas y del lavado de dinero con contactos políticos, empresarios y desarrollo inmobiliario.
Con la caída en desgracia de Los Monos existen hoy otros grupos que se disputan territorio. En todos los casos, de manera muy violenta. ¿Esto pasa sólo en Rosario?
Pasa en las principales cinco provincias argentinas: Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Tucumán y Mendoza. Lo que pasa es que estamos viviendo un “regerenciamiento” del negocio narco a través de la lucha por el territorio, en donde las grandes bandas dan lugar a bandas más pequeñas que quieren ser más poderosas y para eso muestran una mayor ferocidad, siempre con la complicidad policial. Lo que estamos viendo es que mientras hablamos de algunas bandas que dejaron de ser dominantes en el lugar, aparecen otras que ni siquiera son nombradas, no son discutidas por los medios y la política. Y ese silencio los hace crecer.
Con las balaceras a edificios judiciales y domicilios de funcionarios judiciales vinculados al juzgamiento a Los Monos, ¿imagina que están “marcando la cancha”? ¿Qué pretenden negociar a través de mensajes mafiosos?
Lo primero que quieren negociar es la cercanía de la detención. Recién vengo de la segunda audiencia en la Justicia Federal y es muy significativo como los abogados ponen hincapié en algo que ya se sabía que iba a pasar: un sistema de videoconferencia, porque lo que necesitan es la cercanía. Da la sensación qué lo que quieren negociar con las balaceras es lograr que la detención no sea en Ezeiza o en alguna otra provincia, sino en Santa Fe.
Y en Rosario, a diferencia de lo que ocurre en los barrios, que cuando se tira se mata, en los mensajes mafiosos políticos que se dan en el centro o en los edificios donde viven los magistrados, se tira con la idea de errar, de advertir para poder negociar. Eso, justamente, también demuestra lo clasista que es este negocio: se mata por abajo y se intenta negociar por arriba.
Hace poco planteó que Gendarmería Nacional es tanto o más corrupta que la policía provincial. ¿En qué basa sus dichos?
En la cantidad de kilos de cocaína que siguen ingresando a la Argentina por la frontera que cuida Gendarmería. En el año 2016 ingresaron 7 kilos de cocaína y en 2017, 15 kilos. Y los que mal cuidan las fronteras mal cuidan los barrios de distintas ciudades como las nuestras. Eso se ve porque lo que se ha producido es la detención de muchos chicos y chicas y ningún gran narco, como pasa en el resto del país. El desarrollo narco es cada vez mayor pero las cárceles se llenan de “chiquitaje”, que tienen más que ver con el consumo o con la venta a muy pequeña escala, mientras el desarrollo narco hace que la Argentina sea la tercera exportadora de cocaína y la segunda exportadora de metanfetamina desde América a Europa, tal como lo señala el último informe de Naciones Unidas.
Sin soluciones mágicas y con muchos actores políticos examinando el “caso Medellín”, ¿cuál cree que es el camino para combatir el narcotráfico?
Para mí no pasa por balas, policías y gendarmes, sino por poner en los barrios lo que antes había: trabajo, educación, cultura, deporte y alegría; el Estado en su forma más virtuosa para que el pibe o la piba que no están dentro de la escuela tengan algo material de que agarrarse y eso es inversión social.
Fotos gentileza diarios La Capital y Rosario 12